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DEL ABSURDO COTIDIANO BLOG DE ANGELES MASTRETTA. LA LEY DE ISLAS: URGENTE.

Cozumel, ese tesoro, está en emergencia. Las islas, porque lo son, tienen todo más difícil. En Cozumel se complica tener agua sin sal, la luz es más cara, el transporte es más caro, salir es difícil y carísimo para la mayoría de la población. Para mí, lo he dicho mil veces, Cozumel es la tierra prometida. Si una pena he tenido en este encierro es que no he podido ver la luz desde esa isla. Ahí la luz es de otro color, el horizonte queda más lejos y es fácil imaginarse durmiendo ahí de por vida.


Hasta el panteón está tocado por la gracia de unas tumbas pintadas de colores. Y ahí se oye el silencio de quienes sólo conocieron la frontera al mirar la orilla de su mar y no necesitaron más para ser dichosos.


Hoy Cozumel hace un llamado urgente a los mexicanos y a la comunidad cozumeleña para manifestarse a favor de la isla. Quienes convocan, gente de todos los quehaceres, nos dicen que es necesario apoyar la Ley de Islas.


En este enlace pueden ustedes saber de qué se trata: https://youtu.be/lCaGr1rrXSo


Nos dicen: “Cozumel ha generado por muchos años ingresos importantes para la Federación, necesitamos una ley que garantice apoyo y mejores servicios para quienes aquí vivimos. Sumate a la conversación. Usa el Hashtag #EmergenciaEconómicaIslaCozumel o #decretoleydeislas y etiqueta @lopezobrador, @TorrucoTurismo, @Ssalud_mx, @tatclouthier, @ArturoHerrera”.


Siguen muchas arrobas y pueden ustedes agregar lo que quieran. Una vez más, se trata de que la isla se goce como tal, pero no quede a solas.


Dejo aquí esta solicitud y me permito una anécdota que siempre estremece, a propósito de un cozumeleño excepcional:


Tuve ahí un tío, el querido tío Aurelio, que ahí nació, al mero principio del Siglo XX, que de tal modo estuvo enamorado de esa tierra y su luz que nunca quiso salir de la isla. Sólo una vez, contra su voluntad, salió por un día.


Su hermano, que era un viajero por dentro y por fuera, no podía concebir que el tío Aurelio no hubiera conocido ni Cancún. Así que un día, con el pretexto de mostrarle el bimotor de un amigo, lo hizo subir, le enseñó cómo apretarse el cinturón y cómo se cerraban las puertas, para de pronto despegar rumbo al otro lado. A veinte minutos de vuelo, para que conociera Cancún, los enormes edificios y la ciudad que crecía tan rápido como iban desapareciendo los manglares.


Vio todo desde arriba, menos estremecido por la sorpresa que por la nostalgia, y quiso volver a la isla en la que siguió viviendo de modo tan apacible que llegó a más de noventa años con la sonrisa puesta, hubiera calma o ciclón.



Fuente: Ángeles Mastretta.



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